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jueves, 4 de marzo de 2010

Libertad y democracia





La libertad es la capacidad para decidir y llevar a la práctica lo decidido, según opinión y deseos propios. También es el estado o circunstancias en los que tales cosas son posibles. De un objeto sólo esperamos unos efectos conforme a unas leyes determinadas, a su naturaleza y a las causas externas, pero cuando un ser que se reconoce de una cierta clase y naturaleza no responde siempre del mismo modo ante unas mismas causas externas ni del mismo modo que otros seres de la misma clase, es necesario referir los efectos a una causa interna, a unas condiciones variables que se dan en el propio ser considerado. Esa indeterminación con respecto a causas externas de un ser consciente es lo que llamamos libertad, y no implica que para cualquier efecto falte una causa suficiente sino que para predecirlo o explicarlo siempre es necesario tener en cuenta una variable o conjunto de variables que describen el estado de ese ser. Este tema es oportuno para desarrollarlo en otro lugar y basta con esbozarlo aquí de este modo.Un ser consciente va a actuar según sus propias motivaciones hasta chocar con los límites que le imponga la realidad externa. La libertad es, en consecuencia, una parte inseparable de la existencia y de la acción de cada ser consciente, algo que va a ejercer espontáneamente y que puede entrar en conflicto con la libertad de los demás seres conscientes que le rodeen. Por lo tanto, dentro de una sociedad, los deseos de cada individuo van a encontrar como límites externos los deseos de todos los demás y van a tener las mismas condiciones que los de cualquier otro, de modo que su realización va a quedar sometida a elegir entre colaborar con los demás, o simplemente tomar en consideración su existencia y sus deseos, o enfrentarse a ellos e imponer los propios por la fuerza o el engaño.Si uno no ve a otras personas como semejantes con deseos propios y busca su bienestar, la realización de un deseo sólo dependerá de la capacidad para ejecutarlo, de la pura fuerza o habilidad. La libertad generará conflictos pero sólo el ser asocial apartará a otras personas o las destruirá, lo mismo que se aparta o se rompe una piedra que estorba, ya que es una misma cosa ver a los demás como miembros del mismo grupo de vida e intereses al que uno pertenece y considerar su libertad como un derecho. La libertad sin restricción no es un derecho sino el ataque del fuerte sobre el débil, mientras que vista como derecho implica la misma libertad para cada individuo y la subordinación de todos a unos mismos límites. La libertad sólo es derecho si se concibe como derecho, es decir, como extendida necesariamente a todos los miembros de la sociedad, y esto implica verlos como iguales y procurar su bienestar defendiendo, entre otras cosas, la libertad de cada uno contra las agresiones de otros.La libertad sólo puede ser absoluta si cada individuo está aislado y sus actos no tienen efecto sobre los demás. En cualquier otro caso, la acción de cada individuo tiene consecuencias para los que le rodean y por lo tanto su libertad debe quedar restringida en cuanto que tales efectos pueden no ser deseados por quienes los experimenten. Pero todo esto no depende de lo que es la libertad sino de lo que es la sociedad, de lo que son sus conflictos y los modos de resolverlos. La libertad es autonomía con respecto al exterior y por lo tanto no tiene límites por ella misma. Sin embargo, cuando hay de hecho dependencia con respecto al exterior, la libertad ya no puede ser absoluta y esto es lo que ocurre en sociedad.Una situación en la que los deseos y los intereses colisionan puede evolucionar en dos sentidos: hacia el enfrentamiento o hacia la colaboración. Si concebimos el derecho como algo que pertenece al individuo independientemente de sus circunstancias, tal concepto de derecho se queda vacío en la práctica. Imaginemos que la libertad no pueda ser restringida en sociedad, luego tampoco la libertad para restringir la de otro, cosa que nos lleva a una contradicción, a una disputa sin sentido ni aplicación práctica en la vida social y en la ética comunitaria o, en el peor de los casos, a la destrucción de la vida social imponiéndose sólo la fuerza o el engaño. Sólo en los casos en los que el ejercicio de la libertad individual no interfiere con la de otros es posible decir que se trata de un derecho absoluto. Por ejemplo, la libertad de pensamiento, que no puede impedir por su propia naturaleza la libertad de otros en ningún sentido.El derecho pertenece al individuo sin restricción sólo si lo abstraemos de su entorno social, pero una vez dentro de él, queda limitado. Podemos suponer que el derecho persiste y que sólo se limita su ejercicio, en el sentido de que ninguna limitación puede ser injustificada ni desproporcionada, sólo que en la práctica es inevitable que un derecho individual esté subordinado a una regulación social, sea cual sea la teorización del hecho. Sin embargo, lo interesante de un derecho es que sea norma para otros individuos y una cosa que pertenece a un individuo no puede ser, en cuanto tal, norma de conducta para los demás. Y eso es lo que sucedería si nos limitásemos a ver el derecho como algo absoluto que reside en su poseedor y no como una especial relación entre individuos.Debemos decir, por lo tanto, que los derechos expresan relaciones de un cierto tipo y no cualidades de los individuos. La cualidad es meramente ser humano y ser libre y consciente mientras que el derecho a la libertad es una relación mutua de respeto y defensa. De nada le sirve su derecho a la propiedad a un individuo agredido, supongamos, frente a un ladrón armado, por mucho que sus cualidades sigan siendo las mismas. Es la negativa del ladrón a respetar la propiedad de su víctima como derecho lo que hace que le robe y que, de existir tal derecho como cualidad, sea inútil frente a un arma pues no es norma de conducta aceptada por el ladrón. Lo que hace posible la vida social es que unos determinados valores son vistos colectivamente como protegibles y esto crea un nivel de compromiso mutuo que se expresa en dos niveles: el ético y el legal. Sin esa visión de compromiso con respecto a unos valores, cada individuo es un potencial enemigo para el otro (la visión del hombre como lobo para el hombre de Hobbes) y en esas condiciones muchas de las relaciones sociales son destructivas o al menos no son constructivas, que era lo que buscábamos.El nivel ético es el de los compromisos mutuos que no se basan, en principio, en una capacidad de coacción sino en una reciprocidad y una aceptación general simplemente esperadas. Es por ello poco definido tanto en el contenido de los compromisos como en su alcance, así como en las consecuencias de no cumplirlos. El nivel legal es el de los compromisos mutuos formalizados y explícitos, tanto en su contenido como en su aplicación, que resultan obligatorios y que tienen el respaldo de una capacidad coactiva que hace efectiva esa obligación. Es el paso del grupo social poco estructurado al estructurado e institucionalizado. Pero ese paso no es del nada al todo sino que ocurre de forma gradual. El nivel ético es el de la nula o escasa intervención social en los conflictos entre particulares, bien porque la sociedad no se halla estructurada de forma que la respuesta la implique en su conjunto o porque no se sienta afectada por la naturaleza o alcance del conflicto.Las sociedades son grupos de individuos que colaboran unos con otros en ciertos asuntos, pero el tipo y extensión de esa colaboración define el tipo y extensión de la sociedad. Las de estructura más simple se basan en relaciones de parentesco y en la ayuda mutua más o menos voluntaria. La colaboración y los favores son el aglutinante de todas esas personas en torno a fines comunes o al bienestar de un miembro visto como responsabilidad de la comunidad. Pero es algo bastante indeterminado hasta dónde llegue la responsabilidad de la comunidad y también si se implicará en el conflicto entre individuos. Estas sociedades no ven que haya demasiados temas responsabilidad de la comunidad y dejan que los particulares resuelvan sus conflictos, con excepción de los tabúes sociales más graves. Así, el asesinato es visto como reprobable por todos pero no necesariemente como un asunto en el que la sociedad deba intervenir. Como mucho, algo frente a lo que mostrará aprobación o desaprobación pero que esperará que se resuelva a base de venganzas personales o familiares.Es evidente que de esta manera se multiplican todos los conflictos entre particulares y las cadenas de venganzas. Pero no es nada extraordinario pues estas sociedades apenas se comportan como grupos para temas como la organización del territorio, el urbanismo, la traída de aguas y evacuación de residuos, la justicia o la defensa. De hecho, el paso a la organización estatal consiste en la progresiva intervención de poderes comunitarios en temas vistos en principio como particulares o, simplemente, el concepto de que hay temas comunitarios y que eso define a la comunidad y su extensión. Como he dicho al principio de esta serie, la democracia aparece en Grecia en sociedades ya bastante complejas y en las que los enfrentamientos se habían generalizado deteriorando la vida de todos. La sociedad en su conjunto debía intervenir para evitar el desastre y se trató de romper los lazos que ligaban al individuo con fratrias y tribus y hacer un conjunto de ciudadanos vinculados por igual a la comunidad y sus intereses colectivos.Pero esto es lo mismo que sucede en otros temas pues en las agrupaciones humanas cada vez mayores, desde la traída de aguas hasta la regulación del comercio, pasando por la seguridad pública y las relaciones civiles, toda la sociedad debía intervenir para no caer en el caos. Es fácil ver la diferencia entre unos caseríos aislados y una ciudad para que se vea la necesidad de un esfuerzo colectivo en la ordenación de todos esos aspectos. El mecanismo, sin embargo, no suele ser una repentina coordinación de todos los individuos en busca de un mismo fin. De hecho, en una sociedad esto es tanto más difícil cuanto mayor sea el número de sus miembros. El número de relaciones crece de manera combinatoria y no sólo por relaciones entre individuos sino entre grupos y subgrupos, y es crecientemente difícil que una solución convenga y convenza a todos y al mismo tiempo. Las soluciones vienen por dos vías: la alianza horizontal entre quienes explícitamente defienden unos mismos principios e intereses y la alianza vertical entre un individuo y otro más poderoso o un grupo, evidentemente más poderoso también que el mero individuo. Basta que una de esas asociaciones tenga algún éxito para que unirse a ella sea visto como una ventaja para el individuo aislado. Así se forman grupos en torno a los cuales se asocian tantos más individuos cuanto más fuertes sean y más protección garanticen. Y lo más habitual es que tengan en su centro a una persona o varias que conducen el grupo por su habilidad y su fuerza, pues en situaciones de peligro se suele mirar más a la seguridad que a la libertad.La intervención de esas personas o grupos poderosos asegura un interés colectivo en la defensa del individuo asociado a ellos y un poder coactivo que aplicar en tal defensa, y de esta manera su socialización e institucionalización. Tenemos ya dos características que avanzan desde la mera ética hacia la legalidad: la intervención social en asuntos particulares y la capacidad coactiva que la respalda, y respalda la obligación que crea en las partes afectadas. Y es parte del mismo proceso de avance desde la simple agrupación de parientes más o menos lejanos, que estructura las llamadas tribus o etnias unidas por lazos de consanguinidad real o simbólica, hacia la creación del estado. De este modo, algunos derechos encuentran su primera base y garantía ya que toda la sociedad se involucra en la defensa de la vida de un particular de una manera activa y no como mera espectadora más o menos crítica que deja a los parientes y amigos la defensa o la venganza de sus allegados. Esto, a veces, no tiene que ver con una conciencia clara ni de la existencia de derechos ni de la conveniencia de que existan para la comunidad y el propio individuo sino que algunos mitos pueden dar cobertura ideológica a una necesidad real. Así, los tabúes acerca de la sangre, de la muerte o del matrimonio, la propiedad o cualquier otro valor social, obligan por temor a consecuencias nefastas a toda la sociedad a actuar en un mismo sentido. Se trata de una conciencia falsa de la realidad, pero las consecuencias prácticas son una actuación social coordinada, que es el resultado ventajoso para la sociedad y los individuos.Una ideología como falsa conciencia puede encauzar los problemas de diversas maneras o disimularlos, pero no puede suprimirlos, ni puede suprimir el fundamental instinto humano de conocer la realidad. Por ello, los conflictos afloran de un modo u otro y sólo son resueltos en la medida en que la sociedad se hace cargo de ellos de manera activa. La respuesta racional son las instituciones estatales y, entre ellas, las que crean y aplican las leyes escritas. Estas responden a una doble necesidad: que la sociedad actúe frente a esos conflictos y que sus criterios sean públicos, universales y constantes. Ese interés social en proteger toda vida por igual, toda propiedad por igual o cualquier otro valor social es lo que genera los derechos, es decir, las relaciones sociales y políticas basadas en el mero hecho de ser persona o miembro de la sociedad, sin que importe ninguna otra cualidad. Basta con ser humano para ver defendida la propia vida, basta con ser ciudadano para poder gobernar la sociedad. Las cualidades ahí estaban pues nadie era antes ni menos humano ni menos parte de un colectivo, pero el compromiso universal y activo para su garantía y defensa las convierten en bases para el derecho porque las convierten en bases para la estructuración de una sociedad cohesionada. Es decir, que ese compromiso no se fundamenta en que ya existieran tales cualidades o situaciones sino en que su defensa permite que la sociedad resuelva los conflictos de un modo constructivo. Un derecho individual mayor que otro derecho individual es un conflicto en sí mismo pues el perjudicado lo ve como un evidente perjuicio, y sólo en la medida en que una sociedad resuelve esos conflictos, cada individuo se asocia a ella o se considera un miembro protegido por ella.Al hablar de la libertad diremos lo mismo. Es algo propio de todo ser consciente y lo garantizamos como derecho como un requisito fundamental de la democracia. Todos nos sentimos libres y limitados sólo por los demás, y esas limitaciones entran en el sumatorio de ventajas e inconvenientes de formar parte de una sociedad. Cuando las limitaciones a nuestra absoluta libertad, como desventajas, no son contrapesadas por la ayuda que recibimos, o cuando vemos que nuestra libertad resulta limitada en mayor grado que la de otros o que lo que podría estar en otra situación, empezamos a sentirnos atacados más que defendidos o más perjudicados que ayudados, en conflicto con los que limitan nuestra libertad sin que limitemos la suya en igual grado, y afloran las tensiones de muchas formas. No es necesario que el conflicto llegue a ser violento para que se perciban sus desventajas sobre el conjunto de la sociedad. La simple falta de colaboración deteriora la vida social pues reduce el grupo a un conjunto de individuos aislados y descoordinados, y en la medida en que el funcionamiento de la sociedad y sus ventajas dependen de la colaboración todo ello desaparece.

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